Microrelato online: La caja

Microrelato extraído del libro 'Niebla púrpura', y extraído a su vez de una serie de 'impromptus' literarios

Impromptu nº 5: La caja 

Perdón si me he pasado un poco, pero tenéis que entenderme. He tenido un día horrible, de perros. Seguro que vosotros habéis tenido alguna vez un día horrible, a que lo habéis tenido, ¿verdad? –dio un mordisco a su hamburguesa-. Bueno, en fin, que siento todo este estropicio, pero cuando se ha tenido un mal día como este, poco puedes hacer para mantener la calma. Y es que veréis: trabajo en una fábrica de cajas. Mi trabajo consiste pues, en hacer cajas. Me he pasado 15 años haciendo cajas, desde las 8 de la mañana hasta las 9 de la noche. No sé cuántas cajas he hecho en estos años, pero os puedo asegurar que hasta lo que alcanzo a recordar, lo único que he hecho es hacer cajas. Cuando dejo de hacer cajas, salgo y me tropiezo con gente que lleva una vida similar a la mía. Personas que sólo hacen mecheros, barras de metal, zapatos, enlatado de sardinas, firmar documentos, explicar cosas –cómo se hace una caja, por ejemplo-, mandar a otras personas a hacer lo que ellos no quieren hacer, y hamburguesas como ésta –le dio otro mordisco-. Otros no saben más que fabricar conversaciones inútiles, necesidades absurdas, y experiencias vacías. Todo es un sin sentido. Toda nuestra ridícula existencia cabe en una maldita caja, en una de esas que yo fabrico. Por todo esto, hoy no me he despertado muy bien. Mi día entero ha sido de perros, porque ya no he podido soportar más el que mi vida y las vuestras, quepan todas en cajas; cada cual en la suya. Pero bueno, un mal día lo tiene cualquiera, ¿no os parece? –dio un último bocado. Tiró la servilleta manchada de kétchup y mostaza con desdén-. Y a pesar de todo, si hay algo mucho más horrible que el no poder seguir negando que has nacido, vivido y que morirás dentro de una… 

 -¡Policía, no se mueva y manos arriba! ¡Ahora tire el arma despacio, y avance lentamente hacia la puerta! Unos diez agentes le apuntaban con sus pistolas a la cabeza. Él sonrió. Obedeció, tiró la recortada, se levantó de la mesa, y fue hacia la puerta del MacBurguer con las manos en la nuca. Miró a su alrededor y cruzó el local, no sin antes despedirse de los clientes y del personal, cuyos cuerpos tiroteados yacían esparcidos por todo el suelo ensangrentado.

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